Al igual que a inicios de este
año, con “I, Frankenstein”, del director
Stuart Beattie y protagonizada por Aaron Eckhart, Hollywood nos trae otra
alternativa de uno de los clásicos de la literatura de terror ideada en el
siglo XIX, con “Dracula Untold” del irlandés Gary Shore. Filme que parte de la
historia que antecede a la novela de Bram Stoker, contando la vida del príncipe
Vlad III, o Vlad el Empalador, príncipe rumano de quien se presume Stoker toma
la inspiración para luego crear el personaje del conde Drácula. Al igual que el
primer filme mencionado, en el intento de introducir ambiente épico, colmado de
batallas, y un uso extensivo, aunque poco efectivo, de efectos visuales, este
filme cae, como muchos otros de los últimos años, en darle un nuevo dinamismo
dentro de las tendencias del cine de aventuras y fantástico –por fines de
taquilla y carencia de nuevas ideas, obviamente-, tratando de emular la exitosa
fórmula de filmes como “El señor de los anillos”, e incluso una completa
imitación del estilo de la exitosa producción televisiva de HBO “Games of
Thrones”.
Pero como siempre, cuando algo
nuevo se nos presenta de forma negativa no hay mejor terapia que revivir la
nostalgia de lo bueno ya vivido. Por ello, este artículo se aprovecha de esto
para mostrar las que para su autor se consideran las cinco producciones más
notables que se han hecho en la historia del sétimo arte basadas en el príncipe
de los vampiros. Para este motivo se dará una breve descripción que aquellos
aspectos que las hace distintivas,
haciendo anotaciones sobre el argumento, de ser necesario. De ninguna manera se
desea generar ningún spoiler sobre
los lectores interesados en ver alguna de estas películas, sino más bien
incentivarlos.
De igual forma, esta lista se
basa en el reducido conjunto de filmes de Drácula que el autor ha llegado a
ver, pero que según la convención de la crítica y el público, como lo que
comúnmente se llega a escribir de historia del cine, suelen ser las más
mencionadas. Por último se informa que el orden en se dan las películas refiere
a una jerarquización en función de calidad como en la trascendencia que estas
tuvieron en el cine, aunque como suele pasar cuando se ve cine, no
necesariamente las primeras sean las que se disfrutan más.
Nosferatu,
el vampiro (Título original: “Nosferatu, eine Symphonie des Grauens”, F.W.
Murnau, Alemania-1922).
Filmada en pleno apogeo del
movimiento expresionista alemán, esta obra maestra del cine mudo, dirigida por
el fantástico Friedrich
Wilhelm Murnau (Faust, Sunrise, Tabu, La última risa) trasciende
esta lista, siendo todo un referente en el lenguaje cinematográfico como tal.
Esta primera gran adaptación no
fue autorizada por la viuda del autor, quien aseguraba estos habían robado de
forma descarada de la historia de su esposo. En esta Hutter, el secretario de
un agente de bienes raíces, se le encarga viajar a Transilvania, donde deberá
entrevistarse con el conde Orlok, quien desea comprar una casa portuaria en
Alemania. Hutter, quien tiene una terrible corazonada respecto a viaje deja en
casa a su esposa, Ellen (Greta Schröder), para encontrarse con la figura de
Orlok (Max Schreck) en su castillo, un hombre de apariencia insípida, con grandes
garras, orejas puntiagudas, piel blancuzca y mirada siniestra e
inquietante. Durante la estadía de
Hutter, Orlok conoce a través de una imagen a Ellen, de la que se enamora profundamente,
y decide encaminarse hacia Alemania, dejando a Hutter detrás.
La historia a
partir de esto momento no se desarrolla sin muchas diferencias respecto a la
historia de la novela, solamente evocando en el final una muerte inesperada
pero majestuosa de la criatura, la cual huye de la muchedumbre Bremen a través
de los tejados, llagando habitación de Ellen. Allí, postrado frente a la cama
de ella mientras duerme, llega el amanecer, anunciado soberbiamente por Murnau
al utilizar el plano de un gallo cantando, siendo imposible para el conde
ocultarse de los rayos solares que terminan desintegrándolo. Müller (2008: 11) afirma
que “Nosferatu” es:
“una de las películas de terror más
inquietantes de la historia del cine. Tal vez nunca se haya vuelto a mostrar en
la pantalla un monstruo más siniestro que chupasangre que, con un grotesco
disfraz, encarna Max Schreck. A diferencia de lo que puede esperarse por la
novela de Drácula (1897) de Bram Stoker, este vampiro no es en absoluto una figura
viril sino la encarnación de una enfermedad contagiosa. El monstruo no se
contenta con dar caza a mujeres hermosas, sino que sume en una perdición a toda
una ciudad. [Esta] no es una película de fácil interpretación. Presenta la
historia de una conspiración oscura, irracional e incomprensible que escoge
como víctima a una pareja inocente y, por último, una ciudad alemana portuaria
pequeñoburguesa”
En otras palabras, difícilmente
exista o llegue a existir un filme de Drácula, de terror, o de vampiros como
este. La personificación de Orlok -salvo la versión de Herzog, por obvias
razones-, un hombre que verdaderamente tiene como carga este pesar, se aleja
completamente de la imagen teatralizada del resto de los filmes. Ni siquiera la
versión de Coppola que da parcialmente un acercamiento así logra,
particularmente porque el peso físico en la versión de 1992 es más espiritual y moral que físico.
De igual forma, el terror que
infunde la idea de la plaga desatada sobre el pueblo portuario tiene un mayor
impacto si se conoce el contexto en que se presenta la película, de una
Alemania que había sido desatada por la Primera Guerra, en donde peste y
enfermedades llegaron a afectar a los pueblos europeos donde se dieron los
combates. En la sencillez de su argumento, al igual que “King Kong” (Merian C.
Cooper, Ernest B.
Schoedsack, Estados Unidos-1933) lo hace para la crisis económica de
los Estados Unidos, el terror evocado en el filme de Murnau responde a una
época que puede ser analizada a partir de este.
A nivel técnico el filme no solo
es innovador en lograr procesar muchas técnicas del expresionismo alemán un
punto más balanceado y equilibrado que algunas de antecesoras, pero además más efectivo, como lo es el notable uso de las
sombras. La estrategia fotográfica y los efectos visuales utilizados de forma
moderada para darle un movimiento sobrenatural al vampiro, como lo es el que se
logre levantar de cuerpo entero de su ataúd, son también otro referente. Pero a
nivel cinematográfico, el desarrollo de
secuencias en paralelo, una técnica usada de la forma común en la actualidad,
representa toda una innovación en la narrativa cinematográfica (Ebert, 2002:
293).
El hecho de que el filme sea mudo
también remite como otro de los elementos de su encanto, considerando que en
general el resto el de los filmes de Drácula, dentro y fuera de la lista, son
sonoros. El espectador se concentra en las imágenes, no en los sonidos de los
animales que rondan la noche, o el rechinar de puertas moviéndose, sino con un
ritmo intenso, pese a su época, evoca a imágenes alarmantes, de esas que no
necesariamente asustan en inmediatez –como el truco reciente de los sustos
repentinos, hoy usado hasta casi perder si encanto-, sino de esas que permanecen
en la memoria y llegan a atormentan durante la noche.
Cabe mencionar que pese a que el
filme casi no sale a la luz debido a problemas de producción como a procesos
legales en su contra en materia de derechos de autor, éste logró notable popularidad, y llegó a
estrenarse en Inglaterra, hogar de Stoker y su familia, con el nombre de
“Drácula”.
La fama de este filme como de los
problemas de producción que en este se presentaron llegan hasta inicios del
siglo XXI, cuando E. Elias
Merhige trae a la vida el filme “Shadow of the Vampire” (Estados
Unidos/Reino Unido-2000), con guión original de Steven Katz, relatando inteligentemente
el sombrío panorama en donde el actor Max Schreck, interpretado por un William
Defoe en estado de gracia, resulta ser mucho más de lo que aparenta.
Drácula
(Título original: “Dracula”, Tod Browning, Estados Unidos-1931).
Esta es la primera adaptación en
los Estados Unidos de la novela en la cual, si bien ésta si fue autorizada, las
libertades tomadas en cuanto al argumento original son tales que, exceptuando
el nombre de los personajes y unas cuantas citas textuales, esta no tiene mayor
relación con la historia. En este sentido, Mark Cousins (2005: 136) afirma que
responde más a una dramatización teatral de la historia en sí que al texto. Y
en cierta forma, su ambientación y cercanía a una construcción poco detalla del
paisaje abierto, hace que esta sea lo más próximo a una contextualización del
filme en tiempo presente dentro de las propuestas de esta lista.
Con una introducción utilizando extractos del
segundo acto de “El lago de los cisnes” de Tchaivkovsky,
el filme nos introduce en una atmósfera hipnotizante, que mezcla el estilo expresionista
alemán, gracias a la tradición que traía el director de cámaras Karl Freund,
con el estilo más alineado a la idea de lo grotesco –v.g. la aparición de murciélagos, ratas y otras alimañas-, bastante
propio del estilo de Browning, el cual se verá en su máxima expresión en
controversial “Freaks” (Estados Unidos-1932). Pese a un uso particularmente
intensivo de efectos sonoros para la época, el filme mantiene la esencia del
cine mudo, aprovechando más bien el silencio contemplativo como una herramienta
para generar tensión en el espectador.
Esto es más que notable en las
primeras secuencias que se tienen de la mansión del conde en Transilvania, durante
el despertar de sus concubinas, donde observamos un continuo de planos de no
superiores a diez segundos en donde con cámara fija se ve la apertura de los ataúdes
en donde se encuentra cada una de ellas, turnando imágenes de cucarachas
escabulléndose como otras criaturas. Finalmente se da una toma panorámica, en
las que tenemos a las tres muertas vivientes vagando lentamente y sin
coordinación en el sótano del castillo. De forma seguida, y carente de
cualquier sonido de fondo, tendremos la aparición del conde, interpretado por
el actor húngaro Bela Lugosi, a quien la cámara nos acerca lentamente,
enfocándonos cada vez menos en el entorno y más en la sombría figura de éste y
su expresión llena de ira y pasividad a la vez.
Otras grandes secuencias pueden
notarse en ésta línea son la llegada de Jonathan Harker a los aposentos del
conde en su castillo, las apariciones del conde en los jardines, como el
memorable descenso de Drácula cargando a Mina por las gradas hacia sus nuevos
aposentos, pese a que aquí se llega a hacer un leve uso de música.
Contrario al cine de corte
humorístico y satírico de la época, en este filme no sobran diálogos, incluso
aquellas frases que inducen un doble sentido como cuando el conde afirma “Yo no
tomo… vino”.
Tal vez el mayor insumo del filme
es el mismo Lugosi, quien con penas llegaría a usar Browning debido la muerte de su estrella favorita (Lon
Chaney). Con una mirada profunda, y un rostro de expresión fija y maliciosa,
como a la vez seductora, Lugosi refleja perfectamente la imagen de un elegante
aristócrata europeo. Esta imagen, contraria a la de Schreck en “Nosferatu” será
la imperante en el tratamiento del personaje. Es más, es en cierta forma la
construcción del vampiro en este filme el punto de partida para que posteriormente
se le agregue en la mayoría de los casos un componente de sensualidad a este.
En el momento de su presentación
en años posteriores la película creó un gran impacto entre público y crítica, mas
en años recientes es la superioridad en la construcción de la atmósfera, y el
gran expertisse que muestra Murnau en una época tan temprana, hace que este
filme se vea menos efectivo. Particularmente se le achaca la omisión de la
secuencia de viaje de barco de Drácula hacia Londres, como lo breve se clímax.
No obstante, difícilmente ningún
filme haya calado en la cultura popular explícita o implícitamente como este. Casi
toda representación del conde remite a la imagen que da vida Lugosi, y en
general –con algunas excepciones como por ejemplo en Los Simpson, que parodia a
una de facetas de la versión de Coppola- en parodias se usará a este,
burlándose particularmente de aquellas frases las cuales el actor húngaro no
podía pronunciar bien como “Cheeldren of the naight, leesten to thaim” y “I
nevair dreenk vine!”, como el caso de Leslie Nielsen en la un tanto
decepcionante parodia de Mel Brooks “Dracula: Dead and Loving It” (Estados
Unidos-1995), quien tenía filmes más recientes como la versión de Coppola de
1992 o incluso “Interview with a Vampire: The Vampire Chronicles” (Neil Jordan,
Estados Unidos-1994), que además por su reciente estreno, uno pensaría eran
referentes más válidos.
Pese a realizaciones previas de
películas que podrían considerarse referentes en el género de terror, tal como
la mencionada obra maestra de Murnau de 1922, “El gabinete del doctor Caligari”
(Robert Wieme, Alemania-1920), “El golem” (Boese y Wegener, Alemania-1920),
“Häxan” –inigualable documental respecto a la historia de la brujería,
desarrollada en un conjunto de estilos distintos de narrativa visual- (Benjamin
Christensen, Dinamarca/Suecia-1923), “The Phantom of the Opera” (Rupert Julian,
Estados Unidos-1925), “The Unknown” (Todd Browning, Estados Unidos-1927) y “London
After Midnight” (Todd Browning, Estados Unidos-1930), dicho género difícilmente
podría considerarse iniciado de forma consistente hasta que en 1931,
incursionando en el cine sonoro, Universal Studios junto con el productor Carl
Laemmle Jr. traería un conjunto de filmes que podrían esencialmente conocerse
como el cine de monstruos, centrándose precisamente en dicha criatura, pero más
aun en los actores que llegarían a interpretarlos, tal como es el caso de
Lugosi como el conde en este filme como en posteriores secuelas. Para mencionar
algunos de estos filmes, destacan las superiores en todo sentido “Frankenstein”
(Estados Unidos-1931) y “La novia de Frankenstein” (Estados Unidos-1935), de
James Whale; “La momia” (Karl Freund, Estados Unidos-1932), “El hombre
invisible” (James Whale, Estados Unidos-1933) y “El caserón de las sombras”
(James Whale, Estados Unidos-1933).
Drácula
de Bram Stoker (Título original: “Bram Stoker’s Dracula”, Francis Ford Coppola,
Estados Unidos-1992).
Este filme, además de la novela
de Stoker, toma como premisa la historia de Vlad III, tratando de buscar en su
sombría historia un referente para una maldición divina la cual vivirá siglos
hasta que sea la paz del verdadero amor la que pueda darle un fin. Esta escena
–la introducción- que no supera los diez minutos duración, no solo es más
atractiva y visualmente impresionante, acompañada por una poderosa banda sonora
de Wojciech
Kilar, que el filme actualmente en carteleras como un todo, sino que
da una premisa más realista al origen de la “maldición” que cae sobre estos y a
la criatura que los dirige -algo en la opinión de este autor es único en los
filmes de Drácula, hasta el reciente intento extravagante, pero carente de
intensidad y emoción-.
Frente a la expansión de Turquía
a través de Europa, el orden social formado bajo la guía del catolicismo se ve
amenazado. El caballero rumano de la “Orden Sagrada del Dragón”, conocido como
Drácula sale a dirigir a los caballeros templarios en su lucha, dejando en su
hogar a su amada Elisabeta. Mientras el sanguinario caballero lideraba a sus
tropas de forma triunfal en una cruenta batalla, una carta es enviada al
castillo llevando consigo como mensaje el falso que Drácula había muerto en
combate. Destruida por el abandono de su amor, Elisabeta se lanza del balcón
del castillo hacia el abismo. Sintiendo
que le había sucedido algo a su esposa, Drácula vuelve a su castillo, en donde
encuentra a su amada muerta y condenada por la Iglesia por el acto de suicidio.
Sumido en una ira por el castigo que Dios le ha enviado a quien era su
sirviente, renuncia a Él, clava su espada en la cruz y bebe la sangre que de
esta sale. Dios le corresponde con la continuación de su sangrado.
A partir de ese momento el argumento
se desarrolla de forma muy similar al resto de los filmes, salvo algunas
particularidades y algunos matices de donde se desprende en realidad su unicidad,
y lo que hace que de este autor no solo sea de las que más se disfruta ver, sino
un filme con suficientes méritos para lograr este puesto en la lista. Jonathan
Harker –a decir verdad, muy pobremente interpretado por Keanu Reeves, siendo éste hawaiano, fuerza demasiado su acento inglés-, quien está comprometido
con Nina –Winona Ryder en el tope de su carrera-, debe partir a Transilvania para
que el conde Drácula firme un importante contrato que le traspasará a él una
vasta propiedad en medio de Inglaterra, mientras que a Jonathan le proveerá un ascenso. De antemano se entiende las intenciones del
conde de extender el mundo de los vampiros a Occidente, cuando este menciona ser
ya el último de su especie, pero su motivación y el centro de la problemática
cambiará radicalmente cuando ve el rostro de Nina, encuentra en ella la viva
imagen de Elisabeta, una nueva oportunidad para amarla.
Coppola como gran maestro que es
(La trilogía de “El Padrino”, “The Conversation”, “Apocalypse Now”) se apropia
de la narrativa de la novela de Stoker con el ingenioso uso de efectos de montaje
y fotografía, logrando una estética sombría impresionante. Pero en cuanto a su
argumento este lo transgrede completamente, enfocándonos en su erotismo,
sanguinolencia y pasión. No es una Nina que siente temor por la criatura que lo
persigue, sino una con una culposa pasión; en cierta manera le corresponde. Es
así como este filme no solo puede verse desde la óptica de una película de
terror, sino como una apasionante historia de amor cubierta por la tragedia de
dos almas que en la búsqueda venganza logran, a partir del sacrificio, el
perdón de Dios.
Gary Oldman, tal vez uno de los
actores más reconocidos de la cultura popular, obtiene aquí el papel más
relevante de su carrera, que con ayuda del creativo maquillaje y efectos
visuales de Greg Cannom, Michele Burke y
Matthew Mungle, nos muestra tantas facetas de este ser como son posibles: el
caballero cruzado, la putrefacta criatura que deambula con su piel albina por
las catacumbas de su castillo, el sensual aristócrata con aires bohemios, el
lincano, y un fascinante híbrido entre hombre y vampiro.
Con un significativo éxito de
taquilla, y un conjunto de opiniones mixtas por parte de la crítica en su
momento, su maravillosa puesta escena es lo que permite que este filme se
mantenga joven y a la vez parezca un filme de otra época. El mérito permitió
que la película lograra cuatro nominaciones en los premios de la Academia, como
en los BAFTA –los Oscar británicos-, logrando en los primeros tres estatuillas,
incluyendo Maquillaje y Vestuario –un logro único en lo que se refiere a filmes
de Drácula-.
Nosferatu
(Título original: “Nosferatu: Phantom der Nacht”, Werner Herzog, Alemania
Oriental-1979).
Dirigida por el visionario
director Werner Herzog (Aguirre, Fitzcaraldo, Grizzly Man), el homenaje al
filme de Murnau de 1922 trasciende la simple idea del refrito. El primer
componente de referencia es el cambio de subtítulo, pasando de “una sinfonía
del terror” a “caballero de la noche”. Herzog aprovecha que la facilidad sobre
los derechos de autor de la novela y se toma la libertad de mantener el mismo
argumento del texto, manteniendo las adaptaciones de la película muda, pero
utilizando los nombres de los personajes del libro, con la excepción de Nina, a
la cual se le cambia el nombre por Lucy –interpretada por la bella Isabelle
Adjani-, quien en la novela como en el resto de los filmes era el nombre que
llevaba la amiga de Nina y primer víctima del vampiro llegando a Inglaterra.
En la secuencia títulos iniciales
nos muestra unas catacumbas repletas de momias (mexicanas), con música de Popol
Vuh, banda con la que trabajaría en parte de sus producciones más famosas.
Desde este instante nos está indicando que el filme será de un ritmo pausado,
de manera que el espectador pueda tomar una actitud contemplativa, tal como la
que nos había proporcionado en su “Aguirre, la cólera de Dios” (Alemania
Occidental-1972) en donde vagamos con los exploradores españoles en busca de El
Dorado a través del Amazonas, en incertidumbre de lo que pasará, contemplando
más que los grandes eventos, sus claras consecuencias. Este factor hace que el
filme, más que ser terrorífico busque ser hipnotizante, y para lo cual debo
decir que dudo mucho que el deseo de Herzog mismo fuera el de provocar terror;
para crear este tipo de sentimiento bastaba el mostrar su estudio e
interpretaciones de la naturaleza humana –para muestra bastaría con ver algunos de sus
documentales, v.g. “Grizzly Man”
(Estados Unidos-2005)-.
Harker, interpretado por Burno
Ganz (“Alas de deseo”, “La caída”, “El lector”), viaja a Transilvania para
encontrarse con la retorcida criatura de garras largas, piel blanca y lampiña,
orejas puntiagudas y notables colmillos, como la imagen misma del conde Orlok,
esta vez interpretado por Klaus Kinski (“Aguirre” y “Fitzcarraldo”, como otro
gran número de filmes con Kinski). Cuando Drácula ve la imagen de Lucy es
cuando decide raptar a Harker y viajar por bote a Alemania, hogar de Harker. Kinski
logra a la perfección emular la imagen que evocaba Schreck en su interpretación
evocando la misma sensación de desagrado, lo cual lograba fácilmente con su
tradicional expresión de demencia y agresividad; al igual que el filme de
Murnau, éste Drácula no busca lograr ningún tipo de galantería sobre el
personaje.
Además de esto, Kisnki logra por momentos una imagen de trance lo
cual ayuda a acentuar el factor contemplativo. Lucy, contrario a muchos de los
filmes, presenta aquí, pese a su aparente fragilidad, casi de porcelana, una
inusual valentía cuando decide sacrificarse en aras de que se capture el
vampiro.
Al igual que en el filme mudo, el
conde perece producto de sus propias debilidades sobre el entorno, pero el
final que ofrece Herzog no es tan bondadoso, proporciona un cierto pesimismo o
cinismo frente a lo que se viene, aspecto presente en la mayoría de sus filmes.
Rogert Ebert (2002: 292) afirma
que esta es la única adaptación que puede considerarse admirable artísticamente
desde la versión de Murnau, lo que es en realidad decir que es la única
básicamente luego de esta. Si bien, se puede argumentar en cierta forma en
contra de lo dicho por este reconocido y recién fallecido crítico
estadounidense, a partir de algunos de los puntos mencionados aquí, en cierta
forma tiene razón. Y es que contrario a las producciones realizadas en Estados
Unidos e Inglaterra, las aspiraciones de lograr un impacto visual en el
espectador en este filme son menos marcadas; su sobriedad permite dar un
enfoque completamente distinto.
The Horror of Dracula (Título original: “The Horror of Dracula”, Terence
Fisher, Reino Unido-1958).
Filmada en una majestuosa
fotografía de color por Jack Asher, este es, en cierta forma, de los trabajos
de la lista, uno de los más fidedignos a la novela de Stoker, al menos en su
argumento. Sin embargo, tiene un acercamiento a un nuevo enfoque de terror que
se volvería imperante en el cine de la siguiente década, más explícito, menos
sugestivo. Fisher nos presenta primerísimos planos del conde, magistralmente
interpretado por Christopher Lee (quien se recuerda más recientemente por su
interpretación como Saruman el Blanco en las trilogías de “El señor de los
anillos” y “El Hobbit”, como también algunas apariciones en filmes de Tim
Burton) en donde con facilidad se muestran sus ojos feroces como sus grandes
colmillos, en ocasiones llenos de sangre; más aún, la marcas de sangre de sus
víctimas mujeres y la atmósfera seductora que se presenta en el proceso por el
cual el conde las atrae a sus garras, no son menos que claras el mostrar un
ambiente de ataque con connotaciones sexuales.
Para ser más claro considere el
siguiente contraste con la versión de Browning de 1931 (Schneider, 2003: 357).
Drácula entra en la habitación de su víctima y cierra la puerta frente la
cámara, la cual nos da una perspectiva desde el corredor de la casa. Dentro del
esquema tradicional de terror que se venía manejando, la escena terminaría en
ese momento, o en caso más radical, habría un grito o un tono de música
dramático para incentivar el suspenso. Pero en este caso Fisher continúa la
secuencia introduciéndonos directamente en la habitación, en donde encontramos
al vampiro tomando a la mujer en su cama justo en el momento en que precisa a
atacarla. Este tipo de libertades la casa productora del filme, Hammer Films,
se permitió en este como en posteriores filmes de terror. Cabe destaca de este
el clímax más lleno de acción que se pueda presenciar en los filmes aquí
descritos -y tal vez el deseado en el filme de 1931, de no haber sido por los
números y ciertamente irracionales cortes de edición que se le terminan
haciendo- donde Van Helsing y Harker luchan en una batalla contra el monstruo en
su castillo.
Como es común frente a la imagen de un gran conde, encontramos siempre la de su alter ego, el Dr. Van Helsing, en este caso interpretado de forma sagaz, intelectual, atlética y refinada -casi una emulación al mismo Sherlock Holmes- por Peter Cushing. Contrario a otras entregas del relato de terror, como las aquí descritas, el personaje de Van Helsing toma un rol casi de coprotagonismo frente al mismo conde.
Esto da pie a que en años siguientes, muy similar al intento realizado con la producción de Browning de 1931, se desarrollen una serie de filmes en donde se presentaban tanto el vampiro como su cazador, interpretados por los mismos actores.
Fuentes consultadas:
Cousins, Mark (2005), Historia del cine, primera edición en
español, Barcelona: Editorial Blume.
Ebert, Roger (2002), Las grandes
películas. 100 películas imprescindibles.
España:Ediciones Robinbook.
Müller, Jügen (Ed., 2008), Cien clásicos del cine. Volumen 1, Colombia:
Editorial Taschen.
Schneider, Steven Jay (Ed.,
2003), 1001 Movies You Must See Before
You Die, Segunda Edición, Estados Unidos: Editorial Barron´s.
***
David O. Navarro Rodríguez - Economista. Apasionado del cine, los números y el dibujo. Amante de las buenas bromas y el café, colaborador regular de nuestra sección de Cine en Revista Level Up.
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