Por Pablo Vargas | pvargas@revistalevelup.com.

Al punto: The Last of Us es la consagración de los videojuegos como arte, una verdadera obra maestra que refleja el lado más oscuro de la humanidad y que le consolida como uno de los mejores títulos de la historia; si tan sólo tuviésemos una oportunidad en la vida -sólo una oportunidad-, para demostrar porque los videojuegos más que entretenimiento, son verdaderas obras de arte, pondría a una persona a jugar los primeros 20 minutos del prólogo de The Last of Us y dejaría que Naughty Dog haga el resto.

Porque nada, absolutamente nada, nos había preparado en la primera ronda de juego hace casi más de 10 años, para asimilar el desconcierto y la desolación que procederán a invadir la escena, tras la serie de eventos aleatorios en los cuales toda la crudeza y maldad que reside dentro de la raza humana se ve estampado en esos 4 minutos finales del prologo en LA ESCENA que marcaría para siempre uno de los momentos más emotivos y crudos de la historia de los videojuegos. Y a pesar de ello, 9 años después y tras jugar este título más de 20 veces en 3 generaciones diferentes  de consolas, con  toda la preparación psicológica previa a retomar el juego, Naughty Dog nos quiebra de nuevo. Ojos llorosos. Fondo negro. Corazón roto. Créditos iniciales. Bienvenidos(as) a una verdadera obra maestra.


Y es precisamente lo que hoy queremos destacar en este review de la obra de Naughty Dog que llega en su versión remake a la nueva generación de consolas el próximo 02 de septiembre. Porque más allá de su adictiva y remozada jugabilidad, su imponente apartado gráfico escalado a 4K/60FPS como un fiel reflejo de como deben verse -y sentirse-, los videojuegos nex-gen, que contrastan con lo contemplativo de esa naturaleza impasible, esa luz tenue y esos lacrimógenos acordes que Gustavo Santaolalla ha plasmado en un magistral soundtrack, The Last of Us Part I es el mejor ejemplo de porque los videojuegos son considerados el octavo arte.

La creación de un mundo crudo, violento y despiadado que es siempre una constante de lo frágil que es la vida y lo cerca que estamos de perderla en un instante. Porque si hay algo que peor que el virus en The Last of Us, es el propio ser humano; a través de una historia seria, madura y desgarradora, cuyo desarrollo de personajes es tan profundo y bien estructurado que hace sea imposible no sentirse identificado con sus dudas y temores en un mundo post-apocalíptico, violentado por una pandemia que ha destruido casi todo, y la responsabilidad que cargamos entorno a la misión de Joel (Troy Baker) de proteger a Ellie (Ashley Johnson) de ese mundo que ahora habitamos, en la construcción de una química brutal que va creciendo gradualmente entre ambos.


Cada diálogo aleatorio que va surgiendo a su alrededor nos narra el cambio de perspectiva de un hombre que no tiene apego moral ni sentimental con nada ni nadie tras un hecho que marcaría su vida veinte años atrás, y una niña de 14 años que ha perdido todo cuanto ama y no tiene a nadie más en su vida que a si misma; una química explotada al máximo en una dirección de arte y un montaje soberbio que agradecemos al cielo, no ha sido tocado en ningún detalle y que se ve potenciado con su llegada a la PlayStation 5 en entornos que realmente se nota, han sido construidos desde cero.

Y es que no alcanzarían las líneas para describir todas los imponentes escenarios y el nivel de detalle que encierra cada esquina de The Last of Us. La enorme variedad de escenarios naturales y paisajes urbanos diseñados con gran belleza es simplemente increíble. Patios cubiertos de malas hierbas, sótanos con barrotes oxidados, casas de madera, bosques, pueblos abandonados están trabajados hasta el más pequeño de los detalles para dar un sentido de foto-realismo que quita el aliento, sacando el máximo provecho de la PS5 al sentir el tacto de la lluvia, las pisadas, los casquillos de las balas cayendo o atravesando nuestros cuerpos, hasta el propio, el dolor y la angustia, materializándose en las yemas de nuestros dedos. 


En cada detalle, animación, combate, y cinemática, la esencia de lo que hizo grande a The Last of Us sigue hoy más que nunca vigente y se ve potenciada en todo su esplendor, en este remake, que se establece como un testigo de como deben verse, escribirse y sentirse los videojuegos de nueva generación. Porque al final del camino, Naughty Dog lo hace de nuevo, en esa majestuosa escena  que cambiaría para siempre nuestra. Gustavo Santaolla en estado de gracia. Pantalla en negro. Los créditos finales corren. El corazón no aguanta más y mi perro me mira atónito, mientras con lágrimas en los ojos le aplaudo al juego en silencio.

Sí. Nueve años después, The Last of Us lo ha hecho de nuevo. Al final de nuestra travesía, no hay mayor sensación al correr los créditos que estamos frente a una obra maestra. Una que perdurará por siempre y se ha ganado con méritos propios su lugar en el Olimpo de los grandes clásicos. Porque The Last of Us es el punto de partida de una compañía que decidió ir un paso más allá y regalarnos una verdadera obra de arte, esas joyas imperecederas que sin importar el transcurrir de los años, seguirán marcando generaciones enteras, y al igual que otras grandes títulos en el pasado, establece bases firmes en los argumentos de que los videojuegos, más que mero entretenimiento de alta calidad, son verdaderas obras de arte. Porque eso, al final del camino, es The Last of Us. Una obra de arte. Una jodida y hermosa obra de arte.


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